Wednesday, February 04, 2009

El Camino de Santiago.-


Mágico paralelo que aglutina en su franja una red de lugares cargados de energías telúricas, en un viaje hacia donde muere el Sol.


Hablar del Misterio de Compostela, del Camino de Santiago, es recordar todas las tradiciones, leyendas y riquísimos mitos que rodean este importante venero espiritual, no sólo español, sino del mundo entero.
¿Qué guarda Compostela, Santiago y el Camino en sí, que hace posible que en estos tiempos de descreimiento en los que se prefieren las cosas concretas y prácticas, se siga, no obstante, manteniendo tanto interés por sus símbolos?

Historia y mito
Existe una historia tradicional, pero son más los interrogantes que nos crea que los que nos aclara. El primer enigma es la propia personalidad del llamado Santiago el Mayor. Hijo de Zebedeo y de María Salomé; se considera hermano de Juan Evangelista y está junto al Señor en los primeros momentos de sus prédicas. Una vez ocurrida la crucifixión de Cristo, Santiago se dedica a enseñar; primero en Judea y Samaria, y luego se dice que viaja a España. En un medio totalmente hostil, donde prácticamente nadie le escucha, dicen algunos que consigue diez discípulos, otros que siete, otros que tres, y otros -tal vez los más acertados- que el único que acompañó a Santiago por España fue tan sólo un perro. Este perro es un símbolo clave, como veremos después, al intentar desentrañar el tema. Santiago retorna a Judea y allí cae en las manos de Herodes Agripa, quien lo hace decapitar. Unos pocos discípulos fieles que le quedan en Judea, rescatan el cadáver del maestro, lo colocan en una barca sin timón y dejan que el destino la conduzca. El trayecto que recorre es prácticamente inverosímil: va a encallar en una de las rías de Galicia, en los reinos de Loba, en una ciudad que los romanos llamaban Iria Flavia, hoy conocida como Padrón, a unos pocos kilómetros de la actual Santiago de Compostela. Los discípulos desembarcan el cadáver de su maestro y, según algunas versiones, lo colocan en un carro tirado por bueyes que, al igual que con la barca, dejan que siga solo su curso. Tras recorrer un trecho, los bueyes se niegan a caminar más. Deciden que ése es el punto ideal para enterrar al maestro. Hay otras versiones que cuentan que los discípulos se presentan ante una extraña reina que gobernaba en aquel entonces la región: la reina Loba, a la que piden permiso para enterrar el cadáver de Santiago. La malvada reina les tiende una trampa y en vez de bueyes pacíficos, les da toros salvajes para conducir el carro. Llegan los discípulos fervorosos con su carga y, mágicamente, los toros quedan transformados en dulces bueyes. Los atan al carro y eligen un sitio para enterrar a su maestro. Algunos dicen que fue en un Monte Sagrado, el llamado Monte Sacro; otros opinan que fue el mismo palacio de la reina Loba, quien quedó completamente consternada al ver que aquellos a los que había enviado a la muerte, regresaban y le aseguraban que su palacio era el sitio elegido. Según la tradición, cuando los discípulos desembarcan dejan a su maestro apoyado sobre una enorme roca, y este cadáver, que todavía guarda una gran fuerza y una tremenda magia, derrite la roca cual si fuese mantequilla, formando un hueco con la forma del cuerpo humano y quedando convertida en sarcófago. También cuenta la tradición que a los discípulos, cuando llevaban el cuerpo de su maestro a tierra, se les cubrieron los pies de pequeñas conchas que constituirán el símbolo de quien ha hecho un único trayecto y ha encontrado lugar donde quedarse. La historia no tiene más datos hasta por lo menos 800 años después. Se pierde todo vestigio, hasta que en el 813, un ermitaño llamado Pelagio comienza a ver por las noches unas luces extrañas, resplandores de estrellas en lo alto de un montículo y, evitando tomar resoluciones propias, invita al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, para que viera de qué se trataba tal prodigio. El obispo hace cavar allí y desentierra nada más ni nada menos que a Santiago el Mayor…. ¿Cómo es que, a pesar del tiempo transcurrido, quienes lo encuentran tras ocho siglos, reconozcan perfectamente a Santiago el Mayor? Levantan una pequeña capilla en homenaje al milagro que se ha producido, y desde entonces Santiago va a realizar una serie de proezas que influirán poderosamente en la mentalidad de todos los pueblos pirenaicos. A partir de entonces, gentes de esos pueblos se van a dirigir en peregrinación hacia el lugar del hallazgo. La batalla de Clavijo contra los moros, en el año 844, ve reaparecer a Santiago montado en un fantástico caballo blanco, a la vez que arremete furiosamente con su famosa espada. Esa espada que es también una cruz, el símbolo con el que Santiago lucha contra sus enemigos. En el año 899, Alfonso III edifica una basílica a Santiago; hacia fines de la década del 1000, y como esta antigua basílica había sido arrasada por Almanzor, se comienza a levantar la Catedral de Santiago; la antigua basílica queda sepultada en la parte interior cual si fuese una cripta profunda. El obispo de Santiago, Diego Gelmírez, también se dedica en cuerpo y alma a la tradición, al sentido mágico de la peregrinación, y logra que se decrete el 1100 como Año Santo Compostelano por el papa Calixto II, cuando la festividad de Santiago coincide con el día domingo. Con los años, la primitiva Catedral ofrecía un pórtico muy estrecho en relación a la gran cantidad de peregrinos que llegaban, de ahí que se encargó al Maestro Mateo -otro extraño personaje- la ampliación del pórtico occidental; así nació el Pórtico de la Gloria: en su parte inferior aparecen los símbolos del mundo animal; luego viene el mundo humano de la Iglesia, con los profetas del Antiguo Testamento a la izquierda y los Apóstoles a la derecha, mientras que en lo alto de la columna central se encuentra Santiago. Por fin, en la parte superior se muestran el Cristo y los cuatro Evangelistas.

Símbolos
Comenzaremos por analizar la denominación de Santiago de Compostela. La palabra Compostela nos ofrece varias vías de interpretación. La más conocida nos dice que Compostela deviene de Campus Stellae (Campo de la Estrella), haciendo referencia a las luminosidades, a las estrellas que se veían sobre la tumba del Santo antes de que se descubriese su cuerpo en el siglo IX. Esta versión encaja con otros nombres con los que está jalonado el Camino desde Jaca hasta Compostela: pueblos, localidades, pasos de montaña, que llevan la denominación de estrella o estela, como si el Camino de Santiago fuese una ruta estelar que debe terminar en un punto especial, el Campo de la Estrella. Otra explicación del nombre surge del latín compositum, cementerio; y dado que allí se encontró al Santo, esto hace de Compostela un cementerio sagrado. Otra posibilidad es la de hacer derivar el nombre de un término alquímico: compost. Al realizar la Gran Obra Alquímica, al trabajar en el caldero mágico, sobre el compuesto se aparecía una estrella, si la Obra estaba bien realizada. Y aún podemos citar la versión de Charpentier, según la cual Compostela podría derivar del vocablo compos, que significa en lenguas antiguas maestro. Así, Compostela significaría el Maestro de la Estrella. El caso es que, según cualquiera de las versiones, el sitio de Compostela es altamente simbólico y no obedece al azar.

En cuanto al nombre de Santiago, tal vez en francés encontremos más fácilmente el símbolo que, no obstante, se vierte inmediatamente al castellano, dado que estas lenguas tienen raíces comunes. En francés, Santiago es Jacques, y esta denominación -en inglés, Jack- se utilizó durante mucho tiempo, no como nombre propio, sino como adjetivo para designar a unos hombres especialmente sabios en todo lo referente a construcciones, medidas matemáticas y sentido de la arquitectura sagrada. Todos estos sabios eran Jacques o Yago, como se fue poco a poco pronunciando en castellano. Incluso se conserva un término vasco, Jakin, que sigue significando sabio y que tiene una raíz idéntica al Jacques y al Yago. Y aún más. Este término no sólo designa a los sabios arquitectos, sino que va a estar unido a una forma especial de pronunciar ganso en francés: jars, que también tiene un alto simbolismo, como veremos más tarde. Así, ya sea que lo veamos en francés, en vasco, en inglés o en español, lo importante es que Santiago o San Yago, designa algo más que un personaje; parece referirse a un conjunto de seres, es un adjetivo que se aplica a personas que gozan de iguales características, tal como otros nombres genéricos (Menes, Zoroastro, etc.), lo cual no elimina en absoluto la primitiva existencia de Santiago el Mayor, en el cual el cristianismo apoya toda la peregrinación por el Camino.

El Camino de Santiago no hace más que reflejar en la tierra un milagro que se da en el cielo. Así como la Vía Láctea dibuja un trazo estelar, se ha pretendido con el Camino reproducir ese trazo para los hombres en la tierra; del mismo modo que la Vía Láctea desemboca en la constelación del Can Mayor, así en el Camino el que precede al Santo que va a llegar al montículo sagrado es el can, el perro; así como la Vía Láctea era conocida antiguamente como el Arco Iris del dios Lug para los celtas, también en el Camino de Santiago hay una mitología entremezclada con este dios Lug, que es a veces lobo, semejante al perro, y a veces cuervo (el ave mensajera). Lug es un dios oscuro, es negro, tanto como el pelaje de un lobo en la noche o como las plumas de un cuervo. Pero hay un doble misterio: cuando Lug está en la tierra, cuando va por el Camino de Compostela, el lobo es perro; cuando va por el Camino del Cielo, Lug es cuervo, tiene alas y puede guiar, señalar en lo sideral.

Desde épocas prehistóricas el hombre ha tenido conciencia de que existen en la tierra puntos de energía especial. De la misma forma que nuestro cuerpo presenta puntos en los que podemos medir el pulso vital, también la tierra, como gran cuerpo vivo, tiene sitios donde el pulso vital interno, las fuerzas telúricas, laten con más fuerza. Aprovechando estos puntos, en la antigüedad solían marcar los caminos que eran como las venas y arterias por las que circula nuestra sangre. De esta forma, el hombre que surcaba estos caminos, a la par que moverse por un afán místico y por llegar a la meta, también iba transitando por puntos vitales. Tal vez uno de los símbolos más antiguos de la cruz sea aquel en el cual se simplifica y se une esta fuerza horizontal que une puntos vitales de la tierra, y otra fuerza vertical que, viniendo desde las estrellas, irradia también energía sobre la tierra. Así habría puntos terrestres doblemente favorecidos. Por un lado, toda la energía terrestre que mana como si fuese un río. Por otro, la energía cósmica que cae también sobre el mismo sitio, y aquí nos encontramos con el punto central de la cruz, donde se puede aposentar un templo. El Camino de Compostela no es el único que va de este a oeste, recorriendo casi con total perfección un paralelo terrestre (el paralelo 42), sino que hay otros dos caminos más al norte: uno que recorre Francia en esa dirección, y otro que recorre Inglaterra también en la misma dirección. Es interesante constatar que las ciudades del camino francés y las del inglés presentan gran cantidad de coincidencias en los nombres, en los símbolos, en las construcciones. Todos estos caminos pasan por sitios cubiertos de construcciones dolménicas, por ciudades donde se hace referencia al perro o al lobo; todos estos caminos terminan en el oeste, sobre el mar, en rías, en sitios escarpados de difícil acceso, pero a la par de fácil y cómodo resguardo a la hora en que una embarcación tuviese que penetrar allí. Y si estos caminos coinciden con paralelos que marcan rutas especiales de energía en la tierra, la pregunta es casi inevitable: ¿Quiénes trazaron estos caminos que son tanto más viejos que el Camino cristiano de Santiago? Porque cuando las peregrinaciones de Santiago comienzan, este Camino ya está hecho.

Los investigadores han encontrado una serie de elementos interesantes; la mayor parte de los símbolos y tradiciones de estos caminos que van hacia el oeste, hacia el mar, son marinos. La concha de Santiago es un símbolo claramente marino, pero hay otro no tan claro: el de la oca. Desde épocas legendarias, ya entre los preceltas y los celtas, aparece un símbolo sagrado: el ganso, la oca o la pata de la oca que al caminar deja impresa una marca muy semejante al tridente de Poseidón y que fue determinativo de las culturas llamadas atlantes. El Camino de las Estrellas coincide con el Camino de la Oca y de la Concha (que si se mira detenidamente también tiene la forma de una pata de oca).Todos estos pueblos, todos estos caminos, además de tener este símbolo, tiene asimismo una serie de tradiciones marinas. Ellos llegaron de alguna parte y tuvieron que desembarcar en puntos altos de la tierra, huyendo de un gran cataclismo, una gran inundación. Vemos que las tradiciones de los celtas repiten las mismas del antiguo Egipto, de la India y de Grecia: el gran cataclismo de la Atlántida y los sobrevivientes que con sus conocimientos, su tradición y su forma de vida, escogieron para continuar su obra los puntos más altos que tenían a su alcance. ¿No fue posible que escogiesen los montes Cantábricos, los Pirineos, los montes Atlas en África, que se prolongasen en sus correrías hasta el Cáucaso, hasta el Tíbet…? Lo cierto es que siempre que localizamos focos de civilizaciones antiguas, aparecen en núcleos montañosos, coincidiendo en sus memorias ancestrales. Uno de los principios que albergan estos antiguos pueblos, es el correspondiente al símbolo del laberinto, en otras palabras, al del Camino. ¿Qué es el laberinto, que no sea un camino? Tal vez el más conocido es el de la antigua Grecia, el Laberinto de Creta que había que recorrer con una fórmula mágica y del cual no era tan fácil salir. Pero no hay pueblo que no tenga laberinto; Egipto tiene su laberinto, del cual nos habla Herodoto, pero que jamás se ha encontrado. También los tuvieron los celtas, y no sólo los tuvieron sino que aparecen grabados en las piedras del Camino de Compostela y las de los caminos que están situados al norte, en Francia e Inglaterra. ¿Qué es este Laberinto? Como símbolo del Camino es lo que obliga al hombre a moverse, lo que le arranca del estatismo, es un símbolo de Iniciación. Todas las civilizaciones que pretendían hacer crecer al hombre, lo obligaban a dar ese primer paso, a transitar un Camino, un laberinto, a vencer una serie de pruebas. El Camino de Santiago está inscrito en un enorme y doble laberinto que tiene una mitad en Francia y otra mitad en España, con todo un conjunto de ciudades que responden al principio del laberinto por su nombre, y que responden a los principios del dios Lug o del Cuervo. El Camino de Santiago era algo más que el simple llegar hasta el final. No era tan importante llegar a Compostela como hacer el Camino, estar en él, vencer sus pruebas. Y tampoco son casualidad los siete puertos de montaña, siete escollos o siete pruebas que hay que pasar para vencer en Compostela. Tampoco es de extrañar que Compostela esté en un punto que coincide con tradiciones tan antiguas como por ejemplo el desembarco de Hércules o el de Noé, ambos en Galicia. ¿Son tal vez leyendas y mitos? Aunque es un poco utópico hablar del desembarco de Hércules en Galicia, todavía perdura en la región el relato de cuando Hércules, habiendo domesticado los bueyes de Gerión, llegó a esta tierra. En cuanto al desembarco de Noé en Galicia sería parte del riquísimo mito universal del diluvio, que hace referencia al hundimiento de la Atlántida o sus últimos restos, hace unos doce mil años. Es natural que hubiesen existido navegantes que tuvieron que desembarcar en alguna parte… Y aceptaremos también que el nombre de Noé -como tantos otros- es un nombre genérico que puede haber designado a muchísimos navegantes, quienes, tras la catástrofe, llegaron a distintos puntos de la costa gallega. Citaremos una coincidencia curiosa: Noé llegando a Galicia, a la ría de Noya, recuerda otro Noé que mencionan los mayas americanos, cuando tras una gran catástrofe en el mar, trajo consigo una serie de conocimientos que ellos no poseían. ¿Qué conocimientos traía? Agricultura, ganadería, construcción… Este Noé que desembarca entre los mayas conoce las uvas, el vino; y a las uvas y al vino todavía los mayas los siguen llamando noé. Hay, con referencia al Camino de Santiago, una explicación que nos permitiría retomar esta tradición antiquísima de los hombres que llegan del mar, que imparten sus enseñanzas, y que, a pesar de haberse asentado entre nuevos pueblos, parecen añorar perpetuamente su mundo perdido y trazan continuamente caminos hacia el Occidente, hacia el mar, caminos para reencontrarse con los antepasados. Así, cuando los primeros cristianos comienzan a convivir con los hombres españoles del Pirineo, se encuentran con que éstos ya tienen profundas tradiciones y hablan de un Camino, de un Campo de la Estrella al cual se llega por un laberinto que es necesario recorrer para renovarse por dentro. Estas vivencias son imposibles de arrancar; lo que se hace es cristianizarlas. Hay dos Órdenes que se van a encargar de ello: la de Cluny y la del Temple, que a partir del año 1000 en adelante, se encargan de todas las construcciones, mientras que los símbolos comienzan a tomar ahora una significación en total consonancia con el cristianismo: la estrella, la concha, la pata de oca, el cuervo, el lobo, el perro, se transforman en símbolos cristianos y se adaptan a la peregrinación cristiana. Las Órdenes religiosas que traducen los símbolos para el cristianismo van a conformar verdaderas cofradías, fraternidades de constructores: los hijos del Maestro Santiago. De un Maestro Santiago que ya no se sabe muy bien si fue el que llegó en el arca, el que luchó con los moros, o si se trata sólo de un mito simbólico. Los hijos del Maestro Santiago tienen una habilidad: saben tallar sus símbolos, y otra cuestión fundamental: saben reconocerse. Cada uno de los símbolos que ellos dejan en la piedra es una firma, una fórmula de hermandad, de reconocimiento. En muchas catedrales y castillos de España se ven aún estos signos tallados en la piedra. Y la obra continúa viva…

Aún es posible revivir aquel sentido de aventura espiritual, de renovación interior que se obtenía a lo largo del Camino. Aún hay quienes sueñan con transformarse y vuelven sus pasos esperanzados hacia esos puntos de la tierra donde las energías se han conjugado para conformar un verdadero puente de unión entre los hombres y Dios. Hace falta vencer, una vez más, la mayor de las pruebas: el temor a lo desconocido. Hay que atreverse a caminar hacia el Occidente; allí donde el Sol desaparece; allí donde cada cual se reencuentra con su verdadero ser. Y el viajero queda allí, solo, y el cansancio abre puertas desconocidas ante la mente y el sentimiento; los ojos se pierden entre los petroglifos, buscando la vieja señal del hombre peregrino del Misterio, ansioso del retorno a su patria celeste.

Delia Steinberg Guzmán